sábado, 8 de junio de 2013

CARTA HISTÓRICA DE UN COMBATIENTE CERREÑO DESDE ARICA

Alejandro Monfor, heroico hijo cerreño, integrante de la Columna Pasco, escribe una hermosa carta de despedida a su madre en vísperas de la Batalla de Arica.
Arica, 6 de junio de 1880
Señora
Amelia viuda de Monfor
Cerro de Pasco
Inolvidable madre mía:
Por fin puedo escribirte las líneas que te debo hace mucho tiempo. En primer lugar, para agradecerte las cartas que me has enviado anteriormente, todas ellas cargadas de amor, de comprensión y de aliento. Recibir tus misivas, madre ha servido para mantener vigente mi ánimo y mi entusiasmo no obstante la tristeza de encontrarme a centenares de leguas de distancia, muy lejos de ti y de mi tierra adorada.
Aquellos hermosos e inolvidables días de paz trascurridos en mi niñez y mi juventud, me parecen muy distantes. Mañana cumpliré exactamente trece meses de servicio activo en nuestro Ejército. Trece largos meses en los que he aprendido muchísimas cosas. ¡¡Ahora sé que la guerra es el mismo infierno!! Es por esta razón que todos los hombres que me acompañan viven suspirando por encontrarse nuevamente en sus hogares. Desde que salí de mi tierra varios paisajes he visto desfilar delante de mis ojos. Tierras semejantes a mundos ignotos y extraños; inmensidades que jamás sospeché siquiera que existían (No me castigue Dios, pero no quiero volver a ver un arenal en lo que me queda de vida). He caminado por los inmensos desiertos de esta parte del planeta en medio de un implacable sol que por momentos nos hacía ver alucinaciones y espejismos; en medio de noches tan cerradamente oscuras que en ratos esperábamos caer en un abismo negro y eterno y que en nuestra desesperación nos parecía que era mejor así; que era preferible morir a seguir sufriendo aquella abominable pesadilla. He sentido los labios descomunalmente hinchados por la sed. Aquí el agua es la bendición que muchas veces estuvo muy lejos de nuestros labios. También he aprendido a orar, a trabajar y a combatir, he aprendido a vivir con exaltación, con plenitud, con ímpetu. Han sido necesarios estos largos meses de preparación y de luchas para comprender lo que es un soldado, un hombre. Hoy lo sé muy bien. He mirado a los valientes de nuestra columna luchar con un valor sin límites, sin una queja, sin una lamentación, no obstante sus heridas, y me he sentido plenamente orgullosos de ellos. He visto a mis hermanos cerreños morir con la sonrisa en los labios y en cuyas pupilas llameaban la luz del heroísmo mientras la vida les duraba. Y he llorado, madre, he llorado como un niño al cerrar los párpados benditos. ¡Dile a nuestros paisanos que la Columna Pasco ha cumplido! En las faldas del Cerro San Francisco, por ejemplo, yo también he sentido la muerte cuando nos ametrallaban y cañoneaban por todos lados, y mientras en fuego graneaba caía en derredor sentí que algo me protegía. Ahora sé que tus oraciones, que la bendición que me diste, me hacían invulnerables.
Hasta ahora Dios me ha conservado la vida; presiento que será por poco tiempo. Ahora que estoy convencido que un hombre que ha recibido este tremendo bautismo de sangre y fuego y dolor, sólo busca en su Salvador la luz eterna de la verdad. Nunca pude pensar que hubiera tantos hombres buenos en nuestra tierra. En estos trece meses de guerra he conocido a más hombres generosos y abnegados que en todo el resto de mi vida. He visto a los integrantes de la Columna Pasco. Estoy seguro que mañana siete de junio sabrán luchar como fieras.
En estos momentos, acá en Arica acaba de finalizar el bombardeo terrestre y naval que nos han dirigido los chilenos, felizmente con ninguna consecuencia. Pero hoy más que nunca estamos confiados en la grandeza de nuestros jefes. Imagínate, el coronel que ya peina canas, contestó al parlamentario chileno que vino a pedir nuestra rendición, que pelearemos “Hasta quemar el último cartucho”. Todos los jefes y oficiales lo respaldaron. Nosotros también, claro está. Sabemos que la muerte nos aguarda, pero tenemos que cumplir nuestra palabra. Estamos sitiados y abandonados a nuestra suerte. Todos los sabemos. Mañana atacarán, pero lo estaremos esperando. Tenemos conocimiento que en las faldas del morro se están sembrando minas explosivas. Por allí tendrán que pasar los chilenos. Tenemos que valernos de todo, madre, de todo. Ellos son más de seis mil hombres muy bien armados y bien alimentados; nosotros no somos más de mil quinientos (cuatro a uno).
Yo, como sabes, conjuntamente con todos mis hermanos de la Columna Pasco nos hemos aglutinado en el Batallón de Tarapacá que está al mando del coronel Zavala -rico salitrero tarapaqueño…¡Ha! Te contaré que hasta hace unos pocos días nuestra alimentación deja mucho que desear. Pero el coronel Alfonso Ugarte Vernal, un oficial tarapaqueño que es muy acomodado, ha dispuesto un gran banquete para jefes, oficiales y tropa.
En estos momentos todos estamos escribiendo, avísales a las madres y novias de mis amigos que ellas también tienen sus cartas; especialmente la “Ñahuerona” Clotilde a quien el “loco” Landaver le está escribiendo un testamento. No es para menos. Él sabe que habremos que morir, pero quiere alegrarle el corazón de su novia. Lo mismo ocurre con Aníbal; le está escribiendo una hermosa carta a su mamita, la señora Panchita. ¡Madre! Yo quiero rogarte cuando pase lo que tenga que pasar, acompañes a la ancianita, ¡esta viejecita, la pobre! También si pudieras entrevístate con la madre del “cholo” Fermín Eusebio quisiera que le digas que su hijo es un hombre extraordinario. Con su trompeta nos ha alentado y animado aquí en las trincheras. Todos lo queremos. Tiene que ubicarla, madre ella es lavandera de Campiño y de otros españoles más. Vive en diputación. Finalmente te pido con todo mi amor que consueles a Margarita. A ella también lo estoy escribiendo, pero sé que de todas maneras va sufrir mucho. Tú sabes que cuando partí de allá, de nuestra tierra, la prometí que a la vuelta de la guerra nos casaríamos. Que me perdone. Dios no ha querido depararme esa felicidad. Ella hubiera sido una magnífica esposa. Pídele que me comprenda; que la patria nos exige esta dolorosa separación. Ella sabe que la quiero con todas las fuerzas de mi alma, pero no puedo ser. Que me perdone y que sea muy feliz.
Esta noche voy a confesar, madre estoy esperando mi turno. Ya casi todos lo han hecho; hasta los ¡Cantiotti! …¡imagínate! El padre Rojas está atareado alcanzándonos la absolución por nuestros pecados. El también será el encargado de hacer llegar esta carta a tus manos.
Madrecita mía: estoy consciente de que me quedan muy pocas horas de vida. Sé que en cualquier momento, a partir de estos instantes, la muerte vendrá a arrebatarme la vida que me diste. Por eso, cuadrando mi emoción en palabras, te escribo mis últimas letras. No te imaginas el esfuerzo sobrehumano que tengo que hacer para mantener mi pulso firme. No sabes cómo he rogado a nuestro señor que me dé presencia de ánimo para resistir la angustia. ¡Despedirme es lo mismo que morir!...¡Y yo estoy muriendo, madre!! Sin embargo, armándome de coraje y pidiéndote que hagas lo mismo, te dedico los últimos instantes de mi vida.
Tengo que terminar esta carta. Voy a ocupar mi emplazamiento de combate. Nos ha correspondido una represión de la parte norte del Morro de Arica. Allá vamos. Mis últimas palabras son para ti, madrecita, para ti, como lo será mis postreros pensamientos. Ten la seguridad que a donde vaya, te estaré aguardando. Solo tomaré la delantera. Estoy seguro que me veré con mi padre con quien te estaremos esperando. Te pido con todo mi amor, que vayas a la tumba de mi padre y pongas en ella, no una, sino dos flores, que serán mis lágrimas de despedida.
Madre mía, te pido, te ruego, te imploro que tengas mucho coraje para soportar esta prueba que nos da el destino. Ruégale también al señor porque el valor no me abandone jamás en esta última prueba. Tú recibe junto con mi bendición, el último beso de tu hijo moribundo.
¡Que dios te bendiga, madre mía!...¡Viva el Perú!
Tu hijo que te adora.

Alejandro.

        
                                        Monumento a la gloriosa Columna Pasco, San Juan – Cerro de Pasco.

En Cultura Andina. Revista del Círculo de Historia y Geografía. Año 1, Nº 4. Noviembre 2010. Cerro de Pasco – Perú. pp. 71-72. 

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